CAPÍTULO PRIMERO.
LA HISTORIA.
LA HISTORIA.
1. La Cultura y el Hombre Antiguo.
La Historia es una línea tiempo conformada escalonadamente por hechos culturales que son determinantes en el devenir de contextos subsecuentes. Su estudio es vital para mensurar y definir los ámbitos axiológicos que determinan al hombre en este tránsito por el tiempo trascendente. Pues bien, no puede haber desarrollo histórico sin hecho cultural, y tampoco puede existir hecho cultural sin el tiempo para su despliegue entelequial.
Si vamos a hablar del tiempo, diremos que en relación con el hecho cultural siempre es actual, presente, y es por eso que hablar de un pasado, sin tomar en cuenta que el hecho cultural solo puede ser analizado desde una perspectiva actual referida a un presente continuo, es rebajar el contexto axiológico que determinó su producción. Entonces la apreciación del mismo se torna CULTURAL, ya no HISTÓRICA. Y esa visión deformada del hito histórico que marco la generación de hechos culturales posteriores en una cadena de causas y efectos, rompe su SENTIDO AXIOLÓGICO; la mutilación meta-física que produce el DALTONISMO GNOSEOLÓGICO, principal problema del hombre y la mujer actuales.
Es por eso que en este tratado debemos definir el contexto que le daremos a la palabra CULTURA, ya que es muy importante para la comprensión de la historia desde una perspectiva crítica y por ende, revisionista.
Establezcamos entonces, que para nosotros la cultura es la aceptación de un convencionalismo de significados generalizado por el colectivo social, en el marco de un horizonte habitual de significación definido por un contexto axiológico y ontológico. La voz de una “mayoría”.
Por eso mismo, la “verdad cultural” es impuesta por las corrientes antropológicas vigentes, que otorgan un VALOR RELATIVO al hecho cultural y por ende moral e histórico.
En este tratado, suprimiremos esa visión mutilada del tiempo trascendente que establece la existencia a-priori de un pasado y una especie de futuro, DESACTUALIZANDO el contexto axiológico que marca la pauta para el despliegue del hecho cultural, y asumiremos una visión COMPRENSIVA, es decir, ACTUAL, o lo más cercana posible de esa actualidad axiológica, de ese presente continuo.
Ahora comprendemos mejor porque el hombre y la mujer actuales padecen de ese daltonismo gnoseológico. Tienen una CONFUSIÓN SEMIÓTICA EN SU PERCEPCIÓN DEL TIEMPO, por eso viven proyectados al futuro convencidos de la existencia de un pasado, y sin posibilidad alguna de percibir el presente y la actualidad que es fundamento del hecho cultural y del hecho moral.
El hombre antiguo tenía otra percepción del tiempo, y de los entes desplegados en el hecho cultural. No proyectaba, ACTUABA, y es por eso que en nuestra actualidad espacio-temporal ya no hay cabida para conquistadores, guerreros, héroes, semidioses, dioses, ángeles y demonios, ideas arquetípicas que solo fluyen como contenidos arcaicos en el inconsciente colectivo.
El hombre antiguo no era cultural, mas bien, era el fundamento de la historia, la historia misma. Alrededor de él giraba el universo entero, y esta reminiscencia la podemos percibir hoy en día cuando la historia oficial nos dice que el hombre antiguo concebía una COSMOGONIA ANTROPOCÉNTRICA; para luego desvirtuar la verdadera significación de esta afirmación al decir que según la ciencia positivista eso es un “error”, otorgando este centro a un sol central galáctico que muy posiblemente sea un colosal agujero negro. Que lejos estamos del verdadero SENTIDO META-FÍSICO que los antiguos le daban a su CENTRALIDAD ESCENCIAL.
Por eso el hombre antiguo aspiraba a la divinidad. Y es mas, Aquiles, Herácles, Teseo, Ariadna, Jasón, los linajes de Reyes Dorios, los Césares de la Roma Imperial, Gilgamesh, Enoc, los Espartanos, los Arios, el Inca y su Casta, se consideraban dioses o descendientes de dioses.
Hasta la mismísima Biblia nos habla de un tiempo donde existían gigantes llamados Nephilim, y de sus descendientes, los “héroes de la antigüedad”; Un tiempo cuando los Dioses caminaban sobre la tierra y enseñaban a los hombres las artes, la construcción de ciudades amuralladas y el DOMINIO DEL ALMA.
Por ejemplo en Esparta se enseñaba desde la niñez el dominio absoluto del animismo, es decir, de lo que en términos modernos podríamos denominar los ámbitos psicológicos. En la Hélade, hasta tenían un código semiótico, que para nosotros no es más que mitología indescifrable, para identificar los complejos psicológicos y neutralizarlos. La Diosa Venus o Palas Atenea era la esfera inconsciente, cuyo dominio era vital para alcanzar el rango de ARIETE en la antigua Grecia. Edipo era la esfera racional o afectiva cuyo dominio otorgaba lucidez mental y evitaba la locura. Teseo era él Yo consciente en busca del centro del laberinto, el Inconsciente, para dar muerte al Minotauro y ganar la inmortalidad. Y en todo el mundo antiguo, el mismo código semiótico: la MITOLOGÍA, que exaltaba la imagen arquetípica del héroe. Gilgamesh en busca de la inmortalidad; Wotan en busca del secreto de la muerte soportando la crucifixión en el árbol Yggdrasil, Orfeo ingresando al Hades para buscar a su amada.
Toda esta mitología inmensurablemente rica en símbolos polisémicos, ha sido gradualmente desechada, botada a la basura por el racionalismo positivista de occidente, que no ve más allá de la materia y la experimentación científica con ella. Cero meta-física, cero abstracción analógica para comprender las energías sutiles que animan esa entidad que ellos llaman materia, y que para los antiguos no era mas que MAYA, la ilusión cambiante desde lo sensible.
En cuanto a la cultura, el concepto enciclopédico nos dice que la palabra proviene del término en latín “cultüra”, sinónimo de CULTIVAR: “sabiduría resultante de haber cultivado los conocimientos humanos”;[1] Y en el origen mismo, tenemos a Caín el agricultor, es decir, el que CULTIVA.
En este sentido los antiguos cultivaban otro tipo de cognición, con otros códigos semióticos, cuyo rastro significativo ya no es abarcante para el hombre y la mujer modernos atiborrados en sus esferas psicológicas con los dogmas del racionalismo puro.
Pero desde la perspectiva de la cultura como el conjunto de estructuras sistémicas complejas sostenidas por el colectivo, el mundo antiguo era mucho más simple, es decir, menos “cultural” que el nuestro, y aunque sostenían las bases de nuestra actual civilización: concepto de Estado, entes colectivos, economía y organización social; no disponían de la cantidad de objetos culturales que hacen a la sociedad actual y son indispensables para la vida moderna; es decir, no eran sociedades mecanicistas. EL TRABAJO MANUAL ERA FUNDAMENTO.
La cultura, en un ámbito de significación aceptada y generalizada a través de convencionalismos lingüísticos, era mucha más ORIGINAL en su semiosis, y la poca cantidad de objetos culturales era norma de vida, pues su concepto de CIUDADES AMURALLADAS restringía el comercio con otros pueblos del pacto cultural a quienes veían como enemigos.
Llamamos pacto cultural a la forma de vida que acepta el sojuzgamiento determinado por el tiempo y la historia. La actividad primordial de estos pueblos es el comercio de objetos culturales.
Los hombres y mujeres antiguos que no pertenecían a pueblos del pacto cultural, no vivían de acuerdo a pautas comerciales. Ellos estaban en GUERRA constante, contra sí mismos y contra el mundo y el concepto de CERCO o muralla era vital para su estrategia de vida. Imponían su FUERZA VOLITIVA y transformaban su entorno. Jamás aceptaron el determinismo fatalista del destino, ellos se consideraban inmortales, y OPONIÁN SU VOLUNTAD AL DESTINO.
Los pueblos del pacto cultural vivían una FORMA DE VIDA, los pueblos del pacto de sangre, una ESTRATEGÍA DE VIDA a todo nivel: político, social, económico e individual.
Los pueblos del Pacto de Sangre RECORDABAN SU DIVINIDAD, el origen de lo abstracto-diferencial (su voluntad), y la usaban contra el destino incluyente de este mundo.
Los pueblos del pacto cultural aceptaban su humanidad, su escencia común y gregaria, por ende la preeminencia de la comunidad y los objetos culturales.
Todo este análisis nos sirve como pauta referencial para comprender un hecho: nosotros llevamos en nuestros contenidos mnémicos esta dualidad esencial, el pacto de sangre y el pacto cultural, y ambos definen nuestra forma de encarar la apercepción de los símbolos que emergen desde el inconsciente colectivo y personal hacia nuestro sujeto consiente.
Este análisis sobre la cultura y el hombre antiguo nos permite acercarnos al ORIGEN del conflicto existencial que padecemos, y cuyas características serán tratadas cuando analicemos algunas pautas gnoseológicas vitales sobre la cultura y su relación con el hombre moderno.
Por eso diremos que el hombre antiguo (el del Pacto de Sangre), consecuente con su herencia ancestral, su legado de sangre y simbólico, ASPIRABA A LA INMORTALIDAD y por eso mismo, a trascender todo rango de su psicología humana para ser digno de alcanzarla. Dios no es sinónimia de inmortal, y si bien ambos no mueren, la inmortalidad no implica dominio o sumisión, que es atributo de la soberbia divina.
Aquí tenemos un antecedente histórico válido para lo que en este tratado llamaremos META-ÉTICA, una ACTITUD, un desafío contra las fuerzas de la naturaleza dominantes desde el origen filogenético del Ser Humano, trascendiendo todo límite moral y meramente psicológico.
También observaremos, y esto es muy importante, que el hombre de la antigüedad sostenía una significación absolutamente consecuente para con el PRINCIPIO FEMENINO, por consiguiente, hacia lo femenino simbólico de su psique. Un matriarcado avalado en la heráldica natural de la línea materna, un matriarcado simbólico en la más alta esfera de la vida social: la familia. Tal vez por ello eran meta-éticos y se sumergían sin miramientos en los rincones más profundos del inconsciente en busca de ese VALOR.
Por eso los pueblos leales al pacto de sangre fundaron IMPERIOS, y los pueblos acólitos del pacto cultural, CULTURAS. Otra de las consecuencias de este dualismo socio-político de los pueblos antiguos fue la pugna entre las castas guerreras, propias del pacto de sangre, y las castas sacerdotales, propias del pacto cultural, por la supremacía del poder y el derecho legítimo de dirigir a las colectividades humanas. Diremos que esta disputa dura hasta nuestros días y tiene múltiples referentes históricos.
Todo este drama esta encuadrado dentro de los 6000 años que abarca la historia oficial, pero no olvidemos que hay vestigios antidiluvianos que nos retrotraen hasta 15 o 20.000 años de antigüedad, y los restos arqueológicos de Tiwanacu y Sumer son testigos silentes de un pasado remotísimo que tenemos el deber de recuperar.
[1] Enciclopedia Sopena.